martes, 15 de diciembre de 2015

El llamado de Mateo (Sobre Mateo 9, 9-13)

Hermanos, les ofrezco esta poesía. El Señor nos conceda entrar con su gracia al Año de la Misericordia.

Mañana soleada en la Galilea.
Avanza el Maestro abriendo caminos,
anunciando el Reino, brindando consejos,
bendiciendo niños y sanando enfermos,

soltando cadenas que atan oprimidos,
trayendo de nuevo al que se fue lejos.
Miran los discípulos y las multitudes
con inmenso asombro todo un cielo abierto.

Sus ojos se fijan en un tal Mateo.
"¿Qué mira Jesús? ¡Cobrador de impuestos
sentado a su mesa, buitre como aquellos
que no se conmueven del dolor ajeno!"

Le dice “Seguime”. Y esos ojos turbios
que no se cansaban de contar dinero,
por primera vez, antes impensado,
mirando a Jesús levantan su vuelo.

¡Cuánto amor había en esa mirada
pura y transparente de Jesús Maestro!
Ojos que trasuntan nuevos horizontes,
ojos que rescatan del mirar rastrero.

Mateo se levanta y sigue al Maestro
dejando la mesa, Roma y sus impuestos.
No sólo se asombran otros del oficio.
¡Muchos pecadores comentan el hecho!

Ofrece un almuerzo. Llegan invitados
Jesús y los suyos. Van lo publicanos.
En la misma mesa se sientan amigos
del uno y del otro, Jesús y Mateo.

Corazón perplejo, ven los fariseos
cómo obra el Maestro, lo observan atentos.
"¿Por qué éste se sienta con los pecadores,
con los que traicionan a la Ley y al Pueblo?"

No son atrevidos estos fariseos
como para tanto. Su astucia les dice
que los comentarios hechos en voz baja
son más eficaces que si van directos.

Jesús los escucha. No deja que pasen
sin una respuesta los dichos inquietos.
También son ovejas, fuera del aprisco,
estos fariseos que lo miran tensos.

“¿Acaso a los sanos los visita el médico?
¿Por qué tanto asombro si acaricio enfermos?
¡Vayan y aprendan del profeta Oseas
que más vale amor que culto en el Templo!

Yo no llamo justos, llamo pecadores,
la misericordia del Padre ofrezco.
A todos invito a este mi Reino,
nadie quede fuera de un perdón tan cierto.

Fríos publicanos, justos fariseos,
simples pescadores, zelotes violentos,
traidores y fieles, ricos y mendigos,
los que siempre cumplen y los que cayeron.

La mesa del Reino que el Padre prodiga
está siempre abierta para un plato nuevo.
Sólo se le pide al que está invitado
el vestido nuevo, que va como obsequio."

Tu gracia nos libre de ser como aquellos
que critican feo a los que están lejos.
Que tu amor nos haga atravesar la Puerta.
La misericordia nos lleve a tu Reino.

Sigamos los pasos del Cura Brochero
que buscó a Guayama por llanos desiertos.
Andemos las huellas de la Madre Tránsito
que pedía limosnas por saciar hambrientos.

San Alberto, Torres, Clara, Bustamante,
Madre Catalina, Luque, Fray Mamerto,
Reginaldo Toro y el gringo Angelelli,
¡Santos cordobeses, grandes faros nuestros

que dieron respuesta, cada uno a su modo
a los desafíos del pobre en sus tiempos!
¡Nos encomendamos a sus oraciones,
les agradecemos por abrir senderos!

Virgen del Rosario, Virgen del Milagro,
que tu amor de Madre nos lleve a buen puerto.
Que orando misterios del santo evangelio
la misericordia nos haga más buenos,

y seamos tu Iglesia, Jesús por tu Espíritu,
la que hace presente tu amor tan sincero:
tu abrazo ofrecido al que necesita
perdón, alimento, ternura y aliento.

P. Walter Chiesa MPD
Córdoba, 31 de octubre de 2015.